lunes, 20 de junio de 2016

LaÚltimaMetáfora

Efectivamente no hay más metáforas y no sabría explicar bien porqué. Existe una elevada posibilidad de tener la sensación de estar repitiéndome, también es cierto que estaba deseando su final, como cualquier narrador añora poner el punto y final.

Llegados a este punto, como diría Judith, me encuentro plenamente satisfecho por el trabajo realizado. Sobre todo, porque ha habido personas que han disfrutado con su lectura. Sin ellas no hubiera escrito ninguna metáfora más.

Sé que pasado un mes me arrependiré de mis palabras y me entrarán ganas de contar aquella comparación ingeniosa que alguien -  o yo mismo - utilizará para motivar a un tercero. Pero todo tiene un final.

Y queda poco más que decir. El obligado agradecimiento, echa el cierre.

Gracias a todos las personas con las que pude fabular personajes, su creación fue imaginada desde el respeto y el amor. Y, por supuesto, aunque no sé si alguno me leerá, diré gracias e imploraré perdón, a todos esos chavales que pulularon entre metáforas, a pesar suyo y nuestro. Ojalá nunca les hubiera conocido. Ellos fueron el cordón umbical de todas las palabras que gestaron estos textos.

domingo, 12 de junio de 2016

LaContraMetáforaDelSalmón

A la semana siguiente no hubo más metáforas y se quedaron las verdades al descubierto.

Aunque pese, en ocasiones, las ventajas son mayores que los inconvenientes, y la desidia se convierte en la principal enemiga. No puedo pensar que emplearse en el sector de la educación social sea peor que hacerlo en otros, salvo cuando la comentada desidia se posa en el alma laboral, entonces es posible que se pierda en la comparación, inevitablemente. Como el avaro opulento y deprimido se considera infinitamente pobre.

Mi profesión en ocasiones me permite ponerme un embudo en la cabeza y viajar allá hacia donde mi imaginación llegue. El embudo es un producto barato y perfectamente adaptado a una de las cualidades que se le supone a los empleados de la educación social: la creatividad. Esta semana, con el embudo por montera, estuve paseando por el Orkla. Este río noruego es conocido por el mítico salmón que remonta sus supuestas frías aguas, heladas. Cone la mirada furtiva, observando más hacia dentro que para afuera, pude ver cómo cientos de peces se elevaban a contracorriente. Estaba presenciando la manida metáfora del salmón.

Son muchos los que ven en el antinatural destino del salmón, la capacidad de algunos para combatir las desigualdades o ser la excepción ante la norma. Seguramente que el proceder de este pescado se haya utilizado en infinitas ocasiones para hablar del emprendimiento. Esta capacidad vista en perspectiva fue la excusa perfecta contra la crisis, cuando carecíamos de dinero. Emprender por encima de todo, es decir, nada, pero emprende. Aun así, los que utilizaron como señuelo al emprendimiento, con la idea de pescar al salmón, no sabían de las virtudes de aquél. El emprendimiento es una actitud que se puede enseñar pero claro, eso nos haría más inteligentes; se podría incluir como material escolar pero no tenemos dinero para mejorar la escuela.

Ante tanto inconveniente y viendo que las gotas de sudor brotaban de mi cabeza, decidí quitarme el embudo. En un parpadeo cambio el paisaje. Quedaron atrás los fiordos noruegos. Estaba delante del lánguido Manzanares a su paso por Orcasur. Estaba en un recodo del río cerca de la Caja Mágica. Había llegado allí con mi bicicleta desde La Latina, luego tendría que continuar mi camino hasta Alsacia. Comí allí  unos explosivos garbanzos con arroz y un resto de la cena de la noche anterior de la que recuerdo sus ingredientes. Al terminar observé el río igual de furtivo que contemplaba antes el Orkla. Todo estaba en calma. De los salmones no quedaba rastro, quizá porque nunca existieron. Al poco tiempo apareció entre las turbias aguas del Manzanares una culebrilla misteriosa. Me di cuenta de que ésta no intentaba avanzar ni retroceder. Permaneció un buen rato culebreando en la horizontalidad del agua.  Así la dejé una vez que di cuentas de los garbanzos.

Desde Orcasur hasta llegar a Alsacia se atraviesa por lo que fue antes el poblado de la Celsa, un hermoso pinar en Entrevías y el parque lineal de Palomeras, pegado a la M-40. Después sólo queda atravesar la Fuente Carrantona para llegar a la residencial Alsacia. Llegué allí satisfecho a pesar de que no había conseguido los objetivos que me propuse aquella mañana. Pensé en la mentira que encierra la metáfora del salmón, y cualquier otra que pretende arreglar el mundo, incluidas todas éstas. Emprende, y una buena mierda, pensé, que me enseñen bien a hacerlo.


En ocasiones - puede que en todas - haya que creer en lo que tenemos cerca, por ejemplo en una vulgar culebrilla que ni se deja arrastrar por la corriente, ni tiene que retomar el río para llegar a no se sabe dónde.

lunes, 6 de junio de 2016

LaPuertaHaciaElInfiernoOLaContratuerca

Al infierno no se llega andando, ni guiado por ningún vehículo, ni siquiera en bicicleta. Para acceder al infierno tienes que atravesar una puerta y después dejarte llevar por la imaginación.

En alguna metáfora anterior nombré cierto quicio desquiciado, quizá como idea precursora de esa puerta con destino a los infiernos. Concretamente, en uno de estos textos, el de entre el cielo y la tierra, la analogía se aproximaba peligrosamente al fuego. De trasfondo, estaba el rol que fingimos algunos educadores que nos encontramos entre el empresariado y los futuros trabajadores. Lo cierto es que en el desarrollo de estas funciones no es sencillo adivinar si somos buenos, malos, o simplemente regulares, posiblemente ni tienen que juzgarnos. Por ejemplo, a Khaleesi le cuesta dimensionarlo aunque le va cogiendo el gusto; hasta mi querido nihilista de apellido judío barrunta este destino y sus posibilidades. Hace unos días me preguntó sobre el puesto y, por lo leído en las metáforas, entendía el judío la sucia labor que se realiza en medio de la nada. Sin embargo, no es cierto, le respondí. Y comprendí lo mal que me explico en muchas ocasiones.

Mediar supone comprender, a unos y otros. Aunque en muchas ocasiones ciertamente llevemos a los jóvenes a un lugar próximo al infierno, no hay que olvidar el lugar del que estos provienen y, por supuesto, del que nosotros mismos partimos. La vida mancha, dice Humana en boca de no sé quién, y lleva razón. La mancha está en todos, en todo, y reconocerlo es una tarea complicada, para nosotros, y mucho más cuando tenemos que explicárselo a los demás. Gracias a la mediación, se reconocen las partes que entran en el juego, y cómo cada uno defiende su posición, y su estrategia. Describir culpables o inocentes no es nuestra labor. De nuevo hay que evitar el juicio, aunque en muchas ocasiones pequemos de coger la balanza y juzgar gratuitamente. Así que entiendo que en estas, mí querido nihilista de apellido judío sería un perfecto mediador, seguro. En el fondo los que se disfrazan con ropas comunes, esconden héroes anónimos. Y el judío es uno de ellos.

De hecho, por casualidad o no, montado cual orate en bicicleta por Arturo Soria, comprendí cuál era el ejemplo perfecto para explicar el papel del mediador y por defecto, o afecto, o el de cualquiera que pretenda enseñar.

Unos días antes había asistido de ayudante a un taller de mecánica de bicicletas impartido por mi respetado compañero El hombre tranquilo. Ayudar, es una categoría demasiado compleja para la escasa actividad realizada. Así que escuché, como siempre, los sabios consejos de mi compañero sobre los entresijos de la bicicleta y del ciclismo. Aprendí que un elemento esencial en diferentes partes de este vehículo es la contratuerca. Si la tuerca da firmeza a la pieza de turno, la contratuerca además favorece el movimiento. Esto es, asegurar la rigidez del sistema logrando que todo fluya con precisión. Estas piezas se encuentran en la dirección, las bielas y las ruedas. ¡La contratuerca! Tanta sencillez es aparente porque la contratuerca hay que colocarla en el punto justo en el que se funden la seguridad y el movimiento. Ni que decir tiene que si aprietas de más, se genera tal consistencia que se impide el movimiento. Si lo haces de menos, se corre el riesgo de que se deslavace el mecanismo. La contratuerca es por lo expuesto la metáfora de la mediación y la educación, el equilibrio perfecto. A buen entendedor… Ni le sobran ni le faltan las palabras; sólo le queda creer en sus razones.

O falta alguna idea; siempre. En la metáfora en la que se refleja ésta, la llamada entre el cielo y la tierra, se hablaba explícitamente de política, del señor de las barbas que nos gobernó. Justo ahora, en segunda vuelta, tenemos la posibilidad de volver a predecir el futuro. Casualidades o no, sobrevuela mi imaginación otro político. Uno ingenioso y de altos vuelos, tanto, que ya mira por encima del hombro; si le llamas Pablo puede que responda. Este prohombre se cree periodista en un programa llamado La Tuerka, con K de radicalidad, se entiende. Qué casualidad. Mencionada la contratuerca aparece su gemela, esa que sólo aprieta, porque es rígida: la tuerca. Ojalá en el amplio maletín de las herramientas del tal Pablo haya alguna contratuerca de esas que utiliza El Hombre Tranquillo.

Al hilo de tanta política, me quedo con las sabías palabras de El limón más dulce que he conocido, “se gobierna para todos, no sólo para los que te votan”, dice. ¿Lo mismo al hablar sobre esto se quería referir también a la educación? “Se educa para todos, no sólo para los que tú crees educar”. Vivir para ver; o simplemente para aprender. 

jueves, 2 de junio de 2016

FinDeCiclo


Para que a Clint se le considere un grande del cine, tendría que filmar una comedia. Por ejemplo, siempre he admirado la capacidad de Kubrick para reinventarse con estilos diversos, y la de Wilder para brillar en otros géneros opuestos a su especialización como comediante irónico. A Clint le falta saltar un tenue arroyo, tropezarse y postrar su rostro encima de una tarta. Por fin hoy me he atrevido a comentárselo, y eso que él comparte mis aficiones por lo absurdo. Aun así, yo le he recomendado la utilización del humor para contar historias. Quizá, si lo hiciera, podría desprenderse de la necesidad de tener que demostrar constantemente sus capacidades.

Billy Wilder, uno de los directores mencionados, tenía la capacidad de maquillar dulcemente la irrisoria realidad del ser humano. Su trayectoria justifica su estelar aparición en las metáforas, sobre todo cuando es tiempo de despedidas.

Para entender la intervención con jóvenes es necesario, por lo menos, estar en un mismo proyecto dos años. Y elijo este número porque, recién estrenado mi segundo aniversario en este lugar aspado, me he dado cuenta del sentido de mi trabajo. En una cadena de producción, inicialmente las piezas son formas sencillas que según avanza su itinerario van revistiéndose hasta alcanzar el resultado final. Igualmente, en nuestro proyecto nada tiene que ver la persona que aparece por allí con dieciséis años con la que parte cuando alcanza los veintiuno, punto de corte entre la juventud y la madurez, irónicamente hablando. Durante dos años, en mi caso, he podido observar cómo han ido creciendo mucho jóvenes. Nozah es una de ellas. En su momento tuvo su metáfora, cuando la escasez reinaba en Alsacia. Si empleamos el pensamiento único pensaremos que Nozah ha vuelto a fracasar. Sin embargo, tomando en cuenta otras variables, valoraremos lo contrario. A punto de terminar su turné por esta cadena de producción, Nozah se irá del programa sin tener un trabajo. Por suerte el éxito no tiene medida, si no es valorado desde el proceso por el que se consiguen las cosas. Así Nozah ha aprendido, ha madurado, ha entendido ciertas cuestiones que posiblemente le sirvan en su tránsito hacia la madurez, aunque no disponga de la mirada del tigre, ni de la suficiente abertura de diafragma para contemplar en su esplendor el cielo que se dibuja en la distancia. En breve Nozah partirá, si es que no se estaba yendo desde hace un tiempo. Su destino es tan incierto como el nuestro, en el caso de que alguien jugara a las metáforas con nosotros.


El ciclo perfecto comprende un tiempo de 5 años, así que aún me queda recorrido. Otro, sin embargo, ya ha cumplido el suyo. Podría haber optado por dar una vuelta más pero quizá su traje de neopreno se ha desgastado demasiado. El guapo Moreno se llama Ricardo y ha traspasado la ansiada barrera de las metáforas. Como le ocurrió a El padre perfecto abandona un campo de minas para irse a uno de batalla donde se juega con balas de fogueo. Eso sí, los jóvenes seguirán siendo su población diana. A Ricardo ya le he visto partir y no tardando demasiado, he vuelto a subirme en su deportivo metalizado. Sin duda es el educador con más estilo que he conocido. Es de los que algún día va en bicicleta y otros, los que más, huele bien. Como tantos otros, un día perdió la comodidad de mantenerse elevado dirigiendo un proyecto aunque, en cambio, se dio cuenta de que seguía siendo digno. Nunca ha perdido la dignidad ni la pose; el día que quiera trasmitir su sabiduría, mostrará la inmensa dificultad que tiene mediar con las empresas, haciéndolo con un estilo sencillo y firme. Pocos están a su altura, porque Ricardo es, sobre todo, un tipo grande. Igual que Clint, aunque nunca dirija una comedia. Nadie es perfecto.