domingo, 29 de mayo de 2016

LaEtiquetaEnElCulo


De un tiempo a esta parte se ha favorecido el reconocimiento de la invisibilidad de ciertas situaciones ocultas, olvidadas o intencionadamente apartadas. De esta forma, entre la mediocridad que sostiene a la sociedad, surgen hierbajos dignos de ser contemplados. Sin embargo hay cuestiones de las que todavía no se habla. Una de ellas es el malestar provocado por el contacto de una etiqueta con el culo, o, si se prefiere, el efecto provocado cuando ésta sutilmente encuentra cobijo en la ranura surgida de la cercana confluencia de las nalgas. Imagino que cuanto mayor sea la calidad de la prenda portada, mayor será la etiqueta correspondiente, porque la calidad, y el precio, requieren de una buena explicación, aunque se meta por el culo.


Yendo al contenido de estos textos, por simetría metafórica le toca el turno a Sharon Melissa. La suya en su momento fue una historia coloreada en ámbar. Se podría decir que en aquel momento se intentó describir un recorrido entre semáforos, en una vida repleta de paradas bruscas y reducidos paseos entre avenidas. Sharon ya no acude a la cueva y si se sabe de ella es por Clint, que mima en la distancia su proceso, en un momento en el que quizá Sharon necesite distanciarse. Una duda que me surge  a propósito de lo aquí expuesto es si Sharon ha sido consciente en alguna ocasión de la sutil rozadura que provocan las etiquetas en el culo.

Ante la ausencia de Sharon, la casualidad ha provocado el encuentro con otro de los protagonistas de aquella metáfora: El Sr Rojo. Aproveché un paseo por La Castellana en busca de oportunidades laborales para hacer una visita al afamado músico. Más acá de lo musical, por otra parte, la principal, El Señor Rojo pasa por ser uno de los grandes profesionales de la intervención social con los que me he cruzado. Las circunstancias han hecho que nuestras trayectorias formativas y laborales se hayan cruzado incesantemente como los hilos de una cuerda. Aunque en empresas opuestas, todavía seguimos compartiendo dedicación en la intervención con jóvenes. Con El Sr Rojo siempre surge la reflexión, de lo profesional y lo humano. El anhelo del método siempre está presente, anteponiendo las opiniones que generen un consenso. En esta ocasión, además, surgió otro debate: la incorrecta utilización de las etiquetas para encapsular a los jóvenes con los que trabajamos, u otras personas más cercanas. Estas etiquetas precisamente son las que se meten en el culo, con efectos más perniciosos que una etiqueta por unas nalgas.

En la actualidad, entre los más populares etiquetajes se encuentra el de la TDAH. Es sintomática la utilización del acrónimo para nombrar este trastorno, como si un producto de consumo se tratase: CyA, DIA, FNAC, IBM o IKEA. El trastorno del déficit de atención e hiperactividad es un asunto recurrente para una sociedad que protege hasta el extremo a la infancia y exige una madurez sin tener en cuenta la travesía alocada que supone la adolescencia. Aun así no hay que negar su existencia, pero sí criticar su uso irregular, como el de las etiquetas molestas en determinadas partes de nuestros cuerpos. El problema surge cuando el que se cree experto aprovecha la etiqueta para diagnosticar y prever la dificultad que supone trabajar con personas con el trastorno de turno. No se bajan de su pedestal porque por eso se han subido, y además carecen de herramientas, dicen, porque nadie les enseñó, sólo intuyen. Consecuentemente aíslan el problema y, de paso, esos profesionales aprovechan para trabajar menos, continuando, eso sí, con su vitola de experimentados profesionales. A estos precisamente después se les ve abanderando causas perdidas y derechos necesarios pero aparentemente inmerecidos. En definitiva, aunque deberían pasar por invisibles, estos profesionales son igualmente de incómodos que la etiqueta entre nalgas, o por el culo.

En paralelo, escucho a Humana; leo sus reflexiones. Me doy cuenta de que en realidad todo depende de cómo observamos. Es posible emplear etiquetas, porque inevitablemente las necesitamos, pero también hay alternativas, como valorar el esfuerzo y la capacidad del que sufre, que quizá nunca eligió el sufrimiento como opción de vida. Pura creatividad que diría Humana.


Una vez impresa la metáfora, escucho un viento lejano que bien vale de germen para muchas otros textos. En el fondo, una vez que comienzas a escribir no se puede parar.

domingo, 22 de mayo de 2016

TiempoEntreMetáforas

La ilusión de control sobre el paso del tiempo es trascendental, como la propia existencia. Inevitablemente se leerá pedante este comentario, como también puede interpretarse igualmente  esta metáfora. Sin embargo, sería imposible comprender estos textos sin tener en cuenta las circunstancias temporales en las que se envuelven las metáforas, como sucede con la propia vida.

Un día de esta inestable primavera, no hace mucho, me desplacé al bunker en el que se esconde mi querido nihilista de apellido judío. En una de sus salas acondicionadas se rodea del guapo Moreno y de Ed, el Jedi. Allí los tres combaten el paso del tiempo a cañonazos. Mientras, se encuentran en espera de que llegue Godot, sin duda. Al respecto, dicen lenguas intencionadas, que la obra de teatro” Esperando a Godot” debe su nombre al paso de los ciclistas en un Tour de Francia. Supuestamente,  al autor, Beckett, se le ocurrió el argumento de su obra cuando acudió a esta prueba ciclista, y los espectadores no se movían de la cuneta porque esperaban a un tal Godot, quizá el último de los participantes. ¿Esto es cierto? Cómo la vida misma. Absurdo.

Mi querido nihilista de apellido judío reflexiona mucho sobre el paso del tiempo. Una vez separados entre aspas, cuando volvemos a  encontrarnos, los monosílabos pueblan nuestras conversaciones, como sucedía anteriormente. Aunque también surgen ocurrencias cargadas de significados. ¿A que es como si últimamente no hubiera pasado nada?, me pregunta el judío. Qué razón lleva. Tan lenta, al tiempo que apresurada, la vida fluye, maquillando sutilmente nuestros rostros. Sin embargo, cuando nos queremos dar cuenta, observamos que la crema tiene un considerable grosor.

La primera reflexión explicita entre metáforas  sobre el tiempo, fue precisamente la leyenda del tiempo: Erec y Enide. Esta metáfora la tengo entre mis favoritas, aunque creo que su comprensión fue relativa. Quizá se entendió como algo absurdo, como la espera de Godot. Más allá de sutiles especulaciones, en el caso de que las hubiere, o hubiese, se tienen noticias de aquellas ávidas buscadoras de empleo que protagonizaron esa historia. Actualmente Eunice, que no Eurice, está sumergida en la más mísera economía tan presente en nuestra sociedad. Miles de horas a bajo precio. Empleo low cost, en sintonía con la modernidad, todo para todos; democracia en el empleo. Por otra parte, Noelia está más protegida, en este caso por una amplia cadena de comida rápida, bien agarrada al cuello. No obstantes parecen felices. A ambas no se les nota el maquillaje y, llegado el caso, si lo desean podrán limpiarse su rostro tranquilamente, una de las ventajas de su inestable juventud.


El tiempo es sereno y no creo que se preocupe de su propia existencia. Sin embargo provoca cierta erosión. A toro pasado,  le respondería a mi querido nihilista de apellido judío que no nos hemos dado cuenta del maquillaje que impregna nuestros rostros, de la capa que nos embadurna y, a veces, protege; del paulatino crecimiento de ésta. Por eso cuando queramos darnos cuenta, no podremos actuar como Eunice y Noelia. Para limpiarnos necesitaremos remojarnos durante largas horas el rostro, con el riesgo de ahogarnos. Pero todo es relativo, siempre y cuando nos queden ganas de seguir esperando a Godot. 

martes, 17 de mayo de 2016

LaLeyendaDelFrancotirador

Iv es un francotirador. Samuel es un francotirador. Khaleesi es una francotiradora. Judidth también lo es. Por supuesto que yo lo soy. Todos lo somos, en el fondo. Y Clint dirigió la película.

Iv ya apareció en estas metáforas. En su momento se describió su indecisión para generar un plan B, el del esfuerzo.  A pesar de ello, durante un tiempo estuvo trabajando. Imagino que le supuso alguna que otra gota de sudor, y no sé porqué sospecho que se ha reafirmado en su idea sobre la escasa dignidad que provoca el empleo. Trabajar es de pobres, pensará, mientras me habla de la capacidad de determinados seres humanos que saben lo que quieren, consiguiéndolo sin distraerse. Elemental. Yo creo que Iv acude ocasionalmente al taller simplemente para recordarnos sus planes y erigirse, sin saberlo, en un francotirador, bienintencionado, capaz y solitario.

En paralelo a las ausencias de Iv en el taller, recuerdo una de las últimas conversaciones mantenidas con Clint, retirado en la última atalaya del barrio de Prosperidad. Olvidando sus capacidades de cineasta longevo, Clint baja a la tierra para hablar de la intervención social, sobre todo de la ausencia del método. Yo afirmo y escucho. ¿Qué es el método, Clint? Y Clint habla del consenso y de las acciones coordinadas, sobre todo. Se va por las ramas y cita Cartas desde Iwo Jima, como el que no quiere la cosa. Y no es eso. La referencia no está vinculada a la sinrazón de la guerra, por supuesto, sino a cómo cada uno hace ésta por su cuenta. Fruto de la ausencia de método en la intervención social, surge la improductiva defensa de unos derechos laborales consensuados por parte de todos los trabajadores. Somos francotiradores, concluye Clint. Y le recuerdo que ya ha dirigido una película sobre este tema. De hecho es probable que en breve vuelva a coger su fusil, como Johnny. ¿Quién sabe?

De vuelta a la realidad, pienso en las ideas de Clint: Quizá simplemente es que se confunda la soledad de aquél que pega tiros con la necesidad de adaptar la intervención a las personas con las que trabajamos. Según cada persona, según sus circunstancias. Otras alternativas militares podrían ser la fuerza de la legión romana, o la singular capacidad de arrasar de los panzer alemanes. Pero sería impropia de este trabajo. Es más probable que estas estrategias sirvan para fabricar tabletas de chocolate, como hacía Willy Wonka. Sin embargo  el problema persiste y, en mi opinión, ni siquiera se habla de ello. Sin método, somos lobos solitarios, francotiradores que apuntan hacia su objetivo a la espera de conseguir una medalla por nuestra destreza.


Y luego está la casualidad. Samuel es el típico buscador ausente. Alentado por El limón más dulce que he conocido, heredero de la mismísima Khaleesi, jamás le escuché una palabra en el taller. Sin embargo hace poco acudió en tropa a la cueva y comenzó a disertar con gracia y desparpajo.  De repente asoció su conversación a las consolas de juegos. Y habló de esos donde se pegan tiros. Al indagar al respecto, mencionó al francotirador, su personaje favorito. Le tiré de la lengua y asemejé a éste con las virtudes del buen buscador de empleo. Subido en su atalaya, observa cómo pasan las ofertas. Con su arma de precisión, el francotirador apunta y la oferta cae rendida. Samu imagina esa posibilidad, sin saber que el problema de este soldado especializado no es otra que su incapacidad para recoger los frutos conseguidos. Para ello tendría que contar con otros compañeros que cubrieran el flanco, que se dice. Al final Clint llevará razón. Habrá que planificar la estrategía.

miércoles, 11 de mayo de 2016

DecididamenteParaANormal

A propósito de Eva.

Eva es funámbula, quizá desde su más tierna infancia, si es que el tiempo puede adjetivarse tan delicadamente. Incluso puede que todos tengamos algo de esta capacidad de hacer equilibrios, encima de una cuerda floja, o no. La metáfora de Eva en su momento fue una excusa, porque Eva ya tenía mucho camino recorrido. Ya llegó mujer al taller hace años, de cuando en lugar de en una cueva, habitábamos en un pasillo alargado. Y se fue hace unos meses pretendiendo confirmar un derecho ya obtenido: la normalización de la transexualidad en un entorno decididamente hostil.

Ausente Eva, nos queda auparnos a una cuerda, agarrar un mocho e intentar no resbalar, para ver qué coño de Metáfora sale.

Si se quiere mantener el equilibrio, recomienda La Rosarina, hay que prestar atención en un punto fijo. Concentración. Así en un extremo se cargan las ideas y en el otro las necesidades. En la cabeza, el embudo. Con este objeto mágico se consigue una coherencia inesperada, porque cada vez que resbalas, puedes disfrazarte al instante, sin dar explicaciones.  En esta imaginada y rara situación es sencillo dar un paso un falso. Lo que viene siendo un paso en el vacío, que te despierta, normalmente de un buen sueño. La cautela, es virtud.

Ante el desequilibrio queda una posibilidad: reírse de uno mismo y con los demás; de los demás, también vale. La cuerda mengua, los brazos quedan próximos al cuerpo y el mocho en horizontal. Balanceo hacia la izquierda, como cargan los toreros. Levanto la pierna izquierda. Percibo que el peso está de parte de las ideas. Salto. Cambio de indumentaria. Soy un preso sin su “Jail”. Me doy cuenta de que hay que eliminar algún que otro ideal. Me quito primero los ingenuos sueños infantiles que pululan por mi cabeza y la absurda esperanza de cambiar el mundo de golpe y porrazo. Ya está. Vuelvo a alzarme en mi cuerda.

Tras 0, 26 millas recorridas, que no sé exactamente con cuantos metros se corresponden, comienzan a cargarse los brazos. Lanzo el mocho todo lo lejos que puedo y se cuela en su cubo original. Cierro el círculo perfecto de un operario, barra operaria, de la limpieza. Extiendo mis brazos en cruz. A pelo. En el intento me desnivelo y vuelco hacia la derecha.  Son legión las necesidades. Me olvidaré for ever de sanearme las uñas, prefiero volar como un águila; rechazo el absurdo concepto de disponer de zapatillas pronadoras, quizá porque sea supinador; y olvido irremediablemente el intento de coleccionar todas las películas, o filmes, de José Luis Ozores. Por arte de magia soy Mario Conde en su “Jail”. Para arriba, con entusiasmo.

Ahora la cuerda se inclina 33 grados, 23 minutos y 2981 segundos longitud norte y 0 de todo en latitud este. Es decir, tiende hacia abajo. Coloco los pies en perpendicular al cuerdamen. Me voy a calzar una buena hostia y no me van a dar ganas de sonreír, precisamente. Inclino mi pecho hacia adelante y tras una ficticia voltereta, imaginada, no cabe duda, me trasformo en Dennis Rousssos, cantando con acento de Valladolid. Este gachó sí que fue un hípster y no uno de esos que se engomina hasta la barba. Ahora sí que he llegado al equilibrio imperfecto, sin fisuras.

SI nos partieran por la mitad, con un corte sagital, se descubriría la esencia del ser humano. Desde la coronilla hasta la pelvis, ramificándose por las piernas hasta los dedos de los pies, nos recorre a todos el nervio del humor y sus hermanas arterias, la ironía y la locura mesurada. Hay casos en los que ese nervio provoca múltiples sinapsis y otros en los que no llega a la vuelta de la esquina. Aun así, con entrenamiento, se pueden conseguir resultados sorprendentes. Todo es cuestión de proponérselo.


Sin duda, echamos de menos a Eva, como antes la echábamos de más.

miércoles, 4 de mayo de 2016

RetornoAlPasado

Por supuesto que las metáforas comienzan en uno mismo, y seguramente finalicen en ese mismo lugar, archipiélago imprevisto de islas agitadas. Quedamos amarrados al viento. Si somos agua, nos removemos, y de ser fuego, se avivarían nuestras llamas hacia no se sabe dónde.

Me refugio en la oquedad que formó la erosión y contemplo el mar abierto, desconocido. Hay días en los que se produce un efecto llamativo. La niebla se posa en la arena y no se diferencian los matices opuestos entre el cielo y el mar. Me encuentro ante una gran cortina. Siempre he disfrutado separando esas hojas colgadas del techo, cuanto más espesas, más. ¿Qué habrá detrás? Y separo el aire imaginándolo firme. Hay vida. De repente aparece Humana. Retorno al pasado.

Extrañamente volví a ilusionarme con la intervención social cuando entré en el local del pasillo interminable. Descubrí  a los jóvenes, y todas las posibilidades que ofrece este colectivo. Jóvenes son, según el Ayuntamiento de Madrid, los chavales que están en edad de merecer un empleo, a partir de los 16 años, hasta los 21, edad en la que se les supone cierto grado de autonomía. ¿Y después? Después, como todos, crecen y se reproducen. Al abrir la cortina de niebla imaginada, me di cuenta de la oportunidad que nos había deparado el trascurrir de los acontecimientos. Humana antes de velar por todos, mimaba a las empresas para que entendieran la importancia de dar una oportunidad a los jóvenes. Por añoranza, o necesidad, me invitó a visitar una con la que ella colaboraba. El tiempo hace estragos: Hay empresas que crecen y jóvenes que se hacen mayores a base de trabajar. Me imagino a Humana cuando hace años acompañó a esos mozos hacia un camino insospechado, sabiendo que algunos llegarían al lugar en el que ese momento nos encontramos nosotros. Lógicamente el proceso estaba lleno de incorrecciones, bajo la premisa de seguir intentándolo. A pesar de ello, por cómo el empresario nos atendía, entendí que tras la cortina había vida. Retornar al pasado, nos hace entender mejor el presente y confiar en la prosperidad.

Al mirar hacia un lado, el paisaje se trasforma. El tiempo vuelve a posarse en el pasado. Veo al Guapo Moreno, más joven y observo que por allí me encuentro yo pululando. Entre chutas, bonometros y sueños truncados, aprendimos lo que implica trabajar con personas. Crecimos con voluntad y sin límites. Un camino lleno de trompicones necesarios. Como los buenos superhéroes, Moreno fue tejiendo su traje de neopreno. Ahora dice que tiene algún jirón. Y me alegro por ello, porque puede que él también esté retornando al pasado.


Vuelvo a mirar a Humana. La cortina va plegándose. Una vez cerrada, aparece ante nosotros la dichosa cueva. El viento se ha parado en Alsacia y el calor nos avisa de un tiempo nuevo, quizá uno vivido anteriormente.