Realmente a mí me gusta
¡Qué bello es vivir!, la película, se entiende. No me avergüenzo de ello, al
contrario. Puedo presumir de reconocer fácilmente sus escenas y los efectos
sentimentales que provocan. Uno de los ejes de esta historia parte de las
necesidades de uno de sus protagonistas, un Ángel bonachón, que pulula por el
cielo, sin su par de alas correspondientes. Para conseguirlas tiene que
convertirse en un verdadero Ángel de la guarda. Así se produce su descenso a
los infiernos terrenales. Entre buenos, malos y regulares, en un pueblo
americano, una navidad, se descubre que los ángeles consiguen sus apéndices
alados cuando suena el retintín de una campana. Y claro, Clarence, el Ángel
protagonista finalmente obtiene las suyas, dos, como es normal, por su extrema
bondad.
En la cueva, en una de
esas paredes absurdas que separan el espacio, colocamos las fotos de los chicos,
y chicas, que han encontrado un empleo. Esta idea ancestral viene de los tiempos en los que se trabajaba
en el local del pasillo interminable, producto, creo, de la imaginación de un dicharachero y
brillante compañero que me cedió el testigo, la silla y una flor de papel. Para
qué innovar si ya todo está inventado. La liturgia de la colocación y pegado de
una foto es verdaderamente significativa cuando el protagonista está delante.
En este caso la foto era la de Noelia. Ella ha sido buscadora de empleo durante
un tiempo. De hecho ya apareció en una enrevesada metáfora, la de la leyenda del tiempo. Desde hace poco tiempo se emplea en una famosa
cadena de restauración. Y acudió a la cueva a dar fe de ello. Impresión de la
fotografía, corte – y casi confección -. Parafernalia. Cada vez que alguien
aplaude, un buscador de empleo ha encontrado trabajo. Cada vez que una Noelia
coloca su foto en la pared, alguien tiene que reconocérselo. Y alguien
aplaudió, como si una campana hubiera sonado y a un Ángel le hubiesen crecido
las alas. De esta metáfora y/o comparación los jóvenes allí presentes ni se
percataron, sin duda como consecuencia de la brecha generacional, o de la
dispersión que a veces muestra uno.
Las buenas costumbres
nunca desaparecen. Igual que la pared pintada de fotos motiva a encontrar a los
que buscan, que Humana esté entre nosotros es un revulsivo para seguir
trabajando. Durante la semana, como por
arte de magia, aparecieron por la cueva antiguos buscadores de empleo, sobre
los que casualmente se escribió su metáfora con anterioridad. Iv, el que tuvo un plan B, y que ya sabe que hay que trabajar para vivir; y
Nozah, y su mirada del tigre, que vuelve a buscar tras tener precisamente la
mirada algo perdida. Es entonces cuando Humana se encuentra con la buena de
Nozah, y amablemente la saluda desde el respeto y la comprensión. Humana sabe perfectamente
que Nozah no es sólo un número.
Por mucho que nos hayamos
empeñado en obviarlo, la cueva tenía luz, y desde esta semana está más
iluminada. Los abrazos perdidos del limón más dulce que he conocido se sienten
más, todos y cada uno de los sentimientos que por la cueva pululan son tan relevantes
que no merece desecharlos.
Mientras, me llegan
rumores sobre la nueva morada de Clint. Ahora habita en una almena de un
castillo residencial de Madrid. Desde allí seguirá planificando como perderse
por las obtusas calles de Madrid, trazando la estrategia que le permita ser
libre. Hellen, a su lado, vigila atenta. Aparentemente vivimos en calma, esperando
a que doblen las campas, o simplemente que alguien aplauda.
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