jueves, 7 de abril de 2016

LaMetáforaDeLasAlasYLosAplausos


Realmente a mí me gusta ¡Qué bello es vivir!, la película, se entiende. No me avergüenzo de ello, al contrario. Puedo presumir de reconocer fácilmente sus escenas y los efectos sentimentales que provocan. Uno de los ejes de esta historia parte de las necesidades de uno de sus protagonistas, un Ángel bonachón, que pulula por el cielo, sin su par de alas correspondientes. Para conseguirlas tiene que convertirse en un verdadero Ángel de la guarda. Así se produce su descenso a los infiernos terrenales. Entre buenos, malos y regulares, en un pueblo americano, una navidad, se descubre que los ángeles consiguen sus apéndices alados cuando suena el retintín de una campana. Y claro, Clarence, el Ángel protagonista finalmente obtiene las suyas, dos, como es normal, por su extrema bondad.

En la cueva, en una de esas paredes absurdas que separan el espacio, colocamos las fotos de los chicos, y chicas, que han encontrado un empleo. Esta idea ancestral  viene de los tiempos en los que se trabajaba en el local del pasillo interminable, producto, creo,  de la imaginación de un dicharachero y brillante compañero que me cedió el testigo, la silla y una flor de papel. Para qué innovar si ya todo está inventado. La liturgia de la colocación y pegado de una foto es verdaderamente significativa cuando el protagonista está delante. En este caso la foto era la de Noelia. Ella ha sido buscadora de empleo durante un tiempo. De hecho ya apareció en una enrevesada metáfora, la de la leyenda del tiempo. Desde hace poco tiempo se emplea en una famosa cadena de restauración. Y acudió a la cueva a dar fe de ello. Impresión de la fotografía, corte – y casi confección -. Parafernalia. Cada vez que alguien aplaude, un buscador de empleo ha encontrado trabajo. Cada vez que una Noelia coloca su foto en la pared, alguien tiene que reconocérselo. Y alguien aplaudió, como si una campana hubiera sonado y a un Ángel le hubiesen crecido las alas. De esta metáfora y/o comparación los jóvenes allí presentes ni se percataron, sin duda como consecuencia de la brecha generacional, o de la dispersión que a veces muestra uno.

Las buenas costumbres nunca desaparecen. Igual que la pared pintada de fotos motiva a encontrar a los que buscan, que Humana esté entre nosotros es un revulsivo para seguir trabajando.  Durante la semana, como por arte de magia, aparecieron por la cueva antiguos buscadores de empleo, sobre los que casualmente se escribió su metáfora con anterioridad. Iv, el que tuvo un plan B, y que ya sabe que hay que trabajar para vivir; y  Nozah, y su mirada del tigre, que vuelve a buscar tras tener precisamente la mirada algo perdida. Es entonces cuando Humana se encuentra con la buena de Nozah, y amablemente la saluda desde el respeto y la comprensión. Humana sabe perfectamente que Nozah no es sólo un número.

Por mucho que nos hayamos empeñado en obviarlo, la cueva tenía luz, y desde esta semana está más iluminada. Los abrazos perdidos del limón más dulce que he conocido se sienten más, todos y cada uno de los sentimientos que por la cueva pululan son tan relevantes que no merece desecharlos.


Mientras, me llegan rumores sobre la nueva morada de Clint. Ahora habita en una almena de un castillo residencial de Madrid. Desde allí seguirá planificando como perderse por las obtusas calles de Madrid, trazando la estrategia que le permita ser libre. Hellen, a su lado, vigila atenta. Aparentemente vivimos en calma, esperando a que doblen las campas, o simplemente que alguien aplauda.

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