Dicen que si sigues un hilo, por pequeño que sea, encuentras
el ovillo. Aquí ya hay una metáfora, por ejemplo sobre la esperanza. En
consecuencia, seguiré el hilo del texto semanal anterior. Para la ocasión,
utilizo un rollo de celuloide que me lleva a una película y a El Director.
Director de cine sólo hay uno, y a ti te encontré en la calle: Billy Wilder.
Esta semana me he arrastrado y, en el fondo, mal que bien,
por desgracia ya he hecho el callo suficiente para la supervivencia. Sin
embargo, he visto como flojeaba el padre perfecto. De él
siempre he considerado que es el futuro de la intervención social, sobre todo
por el paso de baile con el que nos deleita en el taller de empleo. Él es
sensible, atento y políticamente correcto. Por eso es el padre ideal.
Qué duda cabe que durante este tiempo he ido de un sitio para
otro, llegándome a cruzar con Iosu, el arquitecto de su proyecto. También llegué
a las puertas del infierno. Un lugar de esos con quicios desquiciados. Aunque
me vistiera de Caronte, hubiera preferido entrar yo mismo allí, siempre que me
llevarán tan bellas sirenas como las que se encontraban en aquel lugar. Ya en otro sitio me
confundieron con un “Cisterciense”. Uno de esos camisa en cuello, barba poblada
y bicicleta. Esto me lleva a pensar sin duda hasta dónde me llegan los pelos en
determinados lugares de mi cuerpo. Por la bici no será. Pedaleo en una de montaña, lejos
del diseño del absurdo piñón fijo. Aún así la duda ofende. Por si fuera poco, tuve
también un momento para degustar la tranquilidad en un esplendoroso paraje
otoñal en Berlín, cerca de Prosperidad. A pesar de todo, sin duda, me he
arrastrado.
Volviendo a Wilder, a Billy, ese que también degusta la
añorada Isabel, recuerdo una de sus memorias. Allí cuentan una anécdota que
viene al pelo para explicar esta incapacidad de arrastre, casi colectiva.
¿Quién motiva al que tiene que motivar? Hablan del payaso Grock. Alguien acude
a un psiquiatra, alguien entristecido. El psiquiatra se empeña en dar consejos
a su paciente sin éxito. Insinúa mil y una posibilidades para el
entretenimiento, sin que alguna satisfaga al derrotado cliente. De repente, el
psiquiatra recuerda que en esos días está en la ciudad Grock, el famoso payaso.
Como último recurso, recomienda esta divertida actuación. El paciente, aún más
triste se limita a decir que él es Grock. ¿Quién motiva al que tiene que
motivar?
Ante la adversidad, es complicado esperar que Grock ría, y a
pesar de eso, hace reír a los demás. Por esto, cuando el padre perfecto tiene
sus días y a otros les da por arrastrarse, pienso en Grock y lo complicado que
supone salir al escenario y representar bien la función. Me imagino que la
esperanza es lo primero que se pierde, o ¿eso es la virginidad?
Vi a Clint, por no perder la costumbre, y me vio arrastrado.
Te quiero. No dejes nunca de escribir.
ResponderEliminarGracias Moreno. Infinitas y sentidas.
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